
En el pintoresco barrio de La Amargura existía una cancha, "La Cancha Chueca", llamada así porque sus porterías nunca estaban rectas. En el pasto había un poste a la mitad, y el césped ya no lo era: ahora eran piedras y todo estaba inclinado. Ahí jugaba un grupo de niños con los apodos más originales, que se habían unido para formar el "Equipo Imposible". Era un nombre que se ganaron a pulso, aunque su nombre original era "Chuecos FC", porque cada partido que jugaban era un desorden total y era imposible que ganaran. Solo la selección de San Marino tenía más derrotas que ellos.
En el equipo estaban "Patadón" Pedro, un niño robusto cuya estrategia era tan simple como potente: darle al balón con todas sus fuerzas, aunque esto significara enviarlo directo al techo de la vecina. "Torbellino" Tere, una flaquita con la energía de un huracán, corría por toda la cancha, pero nadie sabía hacia dónde. Y "Flecha" Fabián, el más rápido, pero con una preocupante afición por tropezarse con las piedras y, si no era con eso, con sus propios pies.
—¡Vamos, equipo! —gritaba "Cabezón" Carlos, el capitán autoproclamado, famoso por sus estrategias tan creativas como improbables, tomadas del videojuego que le había regalado su abuelita unos años atrás.
—¡Esta vez ganamos! —decía con entusiasmo "Chaparrita" Chío, una pequeña de enormes lentes y un corazón tan grande que casi no cabía en la cancha.
Pero los ánimos nunca duraban mucho. Partido tras partido, derrota tras derrota, el "Equipo Imposible" iba acumulando más tristeza que goles. Incluso "Pensador" Pablo, quien siempre intentaba encontrar soluciones a todo, comenzó a dudar.
—Tal vez no somos buenos para esto... —susurró un día, desanimado.
Fue en ese momento, justo cuando el equipo estaba a punto de rendirse, que apareció "Botanas" Juanjo, el vendedor de papitas, churros y galletas del barrio. Siempre estaba por ahí, con su carrito de botanas y su eterna sonrisa, contando chistes malos pero efectivos.
—¿Qué pasa, muchachos? Los veo con caras largas —dijo Juanjo, mientras les regalaba una bolsa de papas con salsa picante.
—Es que no ganamos nunca, Juanjo —respondió Chío, con un suspiro.
"Botanas" Juanjo se rascó la barbilla y, con una chispa en los ojos, declaró:
—¿Y... si les digo que yo era futbolista profesional?
Los niños se quedaron boquiabiertos. ¿Juanjo? ¿Ese mismo Juanjo que vendía botanas y contaba chistes sin gracia? La idea era tan absurda que les dio risa.
—¡No te creemos, Juanjo! —dijo "Patadón" Pedro entre carcajadas.
—Está bien, está bien, no me crean —dijo "Botanas" Juanjo con una sonrisa traviesa—. Pero, ¿y si los entreno para que ganen un partido?
Los niños intercambiaron miradas. No tenían nada que perder. Y así, comenzaron los entrenamientos con "Botanas" Juanjo.
¡Y qué entrenamientos! "Botanas" Juanjo no empezó con ejercicios normales. Primero los hizo jugar “fútbol-escoba”, donde usaban escobas para mover el balón. Fue un desastre, pero les enseñó a coordinarse mejor.
—Un equipo tiene que ser como una escoba —les decía "Botanas" Juanjo—. Todos los pelos apuntando en la misma dirección. —Nadie entendió el significado
Luego, "Botanas" Juanjo analizó los talentos de cada uno. "Patadón" Pedro se convirtió en el especialista en tiros libres. "Torbellino" Tere, con su velocidad y energía, aprendió a desarmar las defensas contrarias. "Flecha" Fabián mejoró su equilibrio, y "Chaparrita" Chío desarrolló una habilidad increíble para esquivar rivales y dar pases.
Las primeras victorias llegaron de forma inesperada. El "Equipo Imposible" empezó a ser tomado en serio y hasta se acordaron de que se llamaban "Chuecos FC". Los vecinos dejaban sus tareas para verlos jugar. Incluso los "Gigantes del Parque", el equipo más temido del torneo, empezó a preocuparse.
Cuando llegó la gran final, el barrio entero fue a apoyar al equipo. Los "Gigantes del Parque" eran imponentes, pero los muchachos estaban listos. El partido fue intenso, lleno de emociones y jugadas espectaculares. Sin embargo, a mitad del segundo tiempo, "Flecha" Fabián se torció un tobillo.
—¡No podemos ganar así! —dijo "Cabezón" Carlos, abrumado por la presión.
—¡Claro que podemos! —gritó "Torbellino" Tere—. Llegamos hasta aquí, ¿no?
Con solo diez jugadores, el "Equipo Imposible" dio lo mejor de sí. A pesar de su esfuerzo, el marcador final fue 2-1 a favor de los "Gigantes del Parque".
Los niños cayeron al suelo, agotados y decepcionados. Fue entonces cuando "Botanas" Juanjo se acercó con su sonrisa de siempre.
—Muchachos, hoy perdimos un partido, pero ganamos algo más grande —dijo—. Hace unos meses, ni siquiera habrían llegado a esta final. Aprendieron a trabajar en equipo, a confiar en ustedes mismos y en los demás; a nunca rendirse. Eso vale más que cualquier trofeo.
Los niños escucharon en silencio, dejando que las palabras de "Botanas" Juanjo calaran profundo. Y así, entre risas y promesas de seguir entrenando, el "Equipo Imposible" decidió no rendirse.
El siguiente año, con más unión y trabajo duro, no solo llegaron a la final otra vez... ¡Se coronaron campeones! Desde entonces, en "La Cancha Chueca" quedó una lección grabada para siempre: la verdadera fuerza de un equipo está en su capacidad de creer en sí mismos y en los demás.
¡Y todo gracias a "Botanas" Juanjo, el entrenador más sabio del barrio! Que... se fregó la rodilla y por eso no pudo debutar en los Pumas, o bueno, eso dice él.
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