

En un reino lejano, donde los días siempre parecían estar bañados por la luz del sol y las noches estaban llenas de estrellas que brillaban como diamantes, vivía una princesa llamada Almudena. Pero Almudena no era como las otras princesas que habrás escuchado en cuentos. No le interesaban los vestidos llenos de encajes ni las joyas relucientes que solían deslumbrar a los demás. Almudena era una princesa curiosa, intrépida y, sobre todo, valiente. Su corazón deseaba aventuras, no para probar su fuerza, sino para entender el mundo que la rodeaba.
Un día, cuando los rumores de un dragón aterrorizando el reino comenzaron a extenderse como el viento, Almudena decidió que tenía que hacer algo. Los aldeanos hablaban del dragón como si fuera la encarnación del mal. Decían que sus ojos brillaban con fuego y que sus rugidos hacían temblar la tierra. Pero Almudena, en lugar de tener miedo, sintió una profunda curiosidad. “¿Por qué está el dragón tan enojado?” se preguntó, “¿y si nadie ha intentado comprenderlo?”
Así fue como Almudena, sin decir nada a nadie, se adentró en el bosque hacia la Montaña del Eco, donde decían que el dragón tenía su cueva. El camino fue largo y difícil, pero la princesa no se rindió. Sabía que para entender al dragón, debía enfrentarse a sus propios temores.
Cuando llegó a la cueva, Almudena se encontró con una sorpresa. El dragón no era una bestia aterradora, sino una criatura imponente pero triste. Sus ojos, en lugar de fuego, brillaban con una melancolía profunda, y sus alas estaban caídas, como si hubieran perdido la voluntad de volar.
—¿Por qué estás triste, gran dragón? —preguntó Almudena con suavidad.
El dragón levantó la cabeza, sorprendido de que alguien se dirigiera a él sin miedo.
—Mi nombre es Tine —respondió el dragón con una voz grave pero amable—. Perdí la capacidad de volar, y con ello, toda la alegría que tenía. Sin mis alas, ¿qué soy? Los humanos me temen, pero yo solo deseo volver a surcar los cielos.
Almudena, conmovida por las palabras de Tine, decidió ayudarlo. Día tras día, regresaba a la cueva, llevando comida, cuentos de su reino, y sobre todo, esperanza. Empezó a entrenar a Tine, alentándolo a extender sus alas de nuevo, a recordar la sensación del viento entre sus escamas.
Al principio, Tine tropezaba y caía. Sus alas, pesadas por la falta de uso, no respondían como antes. Pero Almudena no se rindió. Le recordó a Tine que la verdadera valentía no es nunca fallar, sino levantarse cada vez que caemos.
Y un día, después de muchos intentos, Tine logró despegar del suelo. Al principio, solo unos metros, pero luego más alto y más alto, hasta que estuvo volando por encima de las montañas. Almudena aplaudía y reía con alegría, y Tine, por primera vez en mucho tiempo, se sintió libre.
Sin embargo, no todos en el reino veían esta amistad con buenos ojos. Los rumores llegaron al castillo, y pronto, la noticia de que la princesa estaba aliada con el dragón aterrador se extendió como la pólvora. Almudena fue llamada de regreso al castillo, y aunque intentó explicar que Tine no era malvado, nadie la escuchó. Fue apartada de sus responsabilidades, y su amistad con el dragón fue vista como una traición.
Pero Almudena no se dio por vencida. Sabía que algún día, su reino entendería.
Ese día llegó durante la gran fiesta del reino, donde todos celebraban bajo un cielo estrellado. Un cohete mal lanzado provocó un gran incendio en el bosque cercano. Las llamas se extendieron rápidamente, amenazando con consumir todo a su paso. El pánico se apoderó de todos, y el caos reinó.
Desde la distancia, Almudena y Tine vieron el desastre. Sin dudarlo, Tine extendió sus alas y voló hacia el lago más cercano, recogiendo tanta agua como podía en su enorme boca y llevándola hacia el incendio. Pero el fuego era grande, y aunque Tine lo intentaba con todas sus fuerzas, parecía imposible de apagar.
Almudena, con su mente rápida, tuvo una idea. Le pidió a Tine que llamara a otros dragones que vivían en las montañas cercanas. Tine, con un rugido que resonó por todo el reino, llamó a sus amigos. Pronto, una manada de dragones apareció en el cielo, y juntos, comenzaron a llevar grandes cantidades de agua para apagar las llamas.
La gente del reino observaba asombrada. Los dragones, que siempre habían temido, estaban salvando sus hogares. El fuego finalmente fue controlado, y la vida del bosque fue preservada.
Al día siguiente, el reino entero se disculpó con Almudena. La gente comprendió que se había equivocado al juzgar a Tine y a los otros dragones. Se dieron cuenta de que, a veces, nuestros enemigos no son más que amigos esperando ser descubiertos.
Tine fue aceptado en el reino como un héroe, y Almudena fue honrada por su valentía y su compasión. Pero para ella, el verdadero tesoro era la amistad que había encontrado en Tine, una amistad que nunca habría nacido si no hubiera tenido el coraje de ver más allá de las apariencias.
Y así, Almudena y Tine continuaron siendo grandes amigos, volando juntos por los cielos, recordando siempre que la verdadera valentía radica en entender y ayudar a los demás, incluso a aquellos que parecen ser nuestros enemigos.
Fin.
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