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La Cita de Tinder

Actualizado: 15 ago 2024


 
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La cita tinderHumberto Moheno

 Dos desconocidos que se conocen en Tinder se encuentran en un bar de la Roma, donde las mentiras y las inseguridades salen a la luz. Lo que comienza como una cita incómoda se convierte en una conexión inesperada durante una caminata nocturna, donde descubren que, a veces, la verdad surge en los momentos más vulnerables.

Él:

Nunca he sido fan de las aplicaciones de citas, pero después de tantos fracasos en el mundo real, decidí que no tenía nada que perder. Y así es como terminé aquí, sentado en este bar de la Roma, esperándola. En nuestras conversaciones, parecía divertida, inteligente, y con una sonrisa que, incluso a través de la pantalla, hacía que mi corazón latiera un poco más rápido.


El lugar es perfecto para una primera cita: un bar semioculto, con luces tenues y música lo suficientemente baja como para que la conversación fluya, pero lo suficientemente alta como para cubrir cualquier silencio incómodo. Pido un mezcal, porque hoy, necesito toda la ayuda que pueda conseguir.


La veo entrar, un poco tarde, pero con esa aura que ya había imaginado. Es... diferente a su foto, pero no de una mala manera. Tal vez es la luz, o el ángulo, pero aún así, sigue siendo tan atractiva como la persona con la que he estado hablando estas semanas. Nos saludamos con un beso en la mejilla, y al sentarse, noto que algo en su mirada me inquieta. Pero desecho el pensamiento. A fin de cuentas, todos estamos un poco nerviosos en la primera cita.


—Vaya, este lugar está más lleno de lo que recordaba. —digo, tratando de romper el hielo.

—Sí, parece que todo el mundo decidió salir hoy —responde ella, sonriendo, pero es una sonrisa diferente a la que me enviaba en sus selfies. Más tensa, menos natural.


Comenzamos a hablar de cosas triviales: trabajo, películas, lo caótico que es el tráfico en esta ciudad. Pero hay algo que no encaja. Es como si cada vez que ella sonríe, algo dentro de mí se preguntara si es genuina o simplemente un reflejo de cortesía.


—Entonces, ¿cuánto tiempo llevas viviendo en la ciudad? —pregunta ella, con un interés que parece más mecánico que real.

—Toda mi vida. Y, ¿tú? Me contaste que eres del norte, ¿verdad? —trato de guiar la conversación a terrenos conocidos.

—Sí, sí, vine hace unos años para estudiar. —Su respuesta es corta, casi abrupta. No es que no quiera hablar, es más bien como si estuviera midiendo cada palabra, como si estuviera calculando qué decir.


Y entonces, todo comienza a salir mal. Empiezo a notar los pequeños detalles: su mirada que evita la mía, su risa que no llega a sus ojos, las respuestas que son más evasivas que sinceras. Lo que empezó como una cita prometedora, se convierte en una serie de momentos incómodos.


Ella:

Te preparaste toda la semana para esta cita. Revisaste cada uno de sus mensajes, te aseguraste de que la conversación fluyera sin esfuerzo, que parecieras relajada, interesante. Pero en el fondo, sabías que había una verdad que estabas ocultando. Una verdad que ahora, sentada frente a él en este bar, se siente más pesada que nunca.


Desde que llegaste a la ciudad, has vivido bajo la sombra de alguien más. Tu hermana gemela, la que siempre fue más delgada, más guapa, la que parecía brillar en cualquier habitación. Y cuando te pidió que le tomaras unas fotos nuevas para su perfil de Instagram, viste la oportunidad perfecta: usar una de esas fotos para tu perfil de Tinder.


"Es sólo una imagen", te dijiste. "Después, cuando lo conozca, entenderá". Pero ahora, mirándolo a los ojos, sientes que el peso de esa mentira está aplastándote. Él es amable, ingenioso, y por un momento, quisieras que todo fuera real. Pero no puedes ignorar la forma en que te mira, como si estuviera buscando algo que no encuentra.


—¿Entonces, cuánto tiempo llevas usando Tinder? —pregunta él, y notas que intenta hacer la conversación menos incómoda.

—No mucho... Sólo para divertirme, ya sabes —respondes, forzando una sonrisa.

—Sí, entiendo. —Su risa suena honesta, pero tú no puedes evitar pensar que todo esto es un error.


Le dices que necesitas ir al baño y te levantas. Frente al espejo, te quedas viendo fijamente, preguntándote cómo llegaste hasta aquí. La verdad es que nunca te has sentido suficiente, y ahora, más que nunca, sientes que estás a punto de ser descubierta.


Al regresar, él te mira con una mezcla de expectativa y algo más... ¿sospecha? El ambiente ha cambiado, y lo sientes como un nudo en el estómago. Las risas se han extinguido, y las palabras salen con más dificultad. Finalmente, decides que no puedes seguir fingiendo. No puedes seguir pretendiendo ser alguien que no eres.


—Lo siento —dices de repente, interrumpiendo lo que él estaba diciendo—. Creo que esto no está funcionando.


Él parece sorprendido, pero no dice nada. Ves la confusión en su rostro, y eso te duele más de lo que esperabas. Tomas tu bolso y, sin mirar atrás, te diriges a la puerta. Necesitas escapar, necesitas respirar.


Él:

Me quedo sentado por un momento, tratando de entender qué pasó. Todo parecía ir bien, y de repente... ella se fue. Tomo otro trago de mezcal, sintiendo la quemazón en la garganta, y decido que es suficiente por hoy. Pago la cuenta y salgo del bar, el aire fresco de la noche me golpea en la cara, despejando un poco la confusión.


Camino por Álvaro Obregón, y justo cuando estoy sacando el celular para pedir un Uber, la veo. Está de pie en la esquina, mirando su teléfono con frustración. Es ella, la misma que hace apenas unos minutos me dijo que esto no funcionaba. Algo en mi interior me impulsa a acercarme.


—¿Uber? —le pregunto, tratando de no sonar demasiado sorprendido.

Ella levanta la vista y me mira, esta vez sin esa barrera en sus ojos. Hay algo diferente en su expresión, como si hubiera decidido dejar de fingir.

—No llega... —responde, suspirando—. ¿Tú?

—Igual. Creo que todo el mundo está intentando pedir uno a esta hora.


Nos quedamos en silencio por un momento, ambos sosteniendo nuestros teléfonos como si fueran la única cosa en la que podemos confiar en este momento.


—¿Dónde vives? —le pregunto, más por romper el silencio que por otra cosa.

—A unas ocho cuadras... en la Roma.

—Yo también. ¿Quieres que caminemos?


Ella duda por un segundo, pero luego asiente. Empezamos a caminar juntos, el ruido de la ciudad a nuestro alrededor, pero aquí, en esta esquina de la noche, todo parece más tranquilo.


Ella:

Estás cansada, emocionalmente agotada, y no sabes por qué aceptaste caminar con él. Tal vez porque te sentías demasiado sola en ese momento, o tal vez porque, después de todo, querías darle una oportunidad a la verdad.


Caminan en silencio al principio, pero luego empiezan a hablar, y esta vez, es diferente. No hay más juego, no hay más fachada. Le cuentas por qué usaste la foto de tu hermana, y él se ríe, pero no de ti, sino contigo.


—Bueno, en mi perfil dije que era ingeniero, pero la verdad es que soy actuario —admite él—. Pensé que sonaba más... impresionante.

Lo miras, sorprendida, y empiezas a reír. Es una risa genuina, que sientes en tu estómago, y por primera vez en la noche, te sientes realmente cómoda.


Él:

Sus risas llenan el aire, y por un momento, todo lo demás desaparece. Caminamos sin rumbo, simplemente disfrutando de la compañía del otro, hablando de todo y de nada. La noche es fresca, pero no fría, y la Roma, con sus luces y sombras, se siente casi mágica.


Finalmente, llegamos a su edificio. Nos detenemos frente a la puerta, y hay un momento de silencio incómodo, como si ambos supiéramos que algo más está por suceder, pero ninguno se atreve a dar el primer paso.


—¿Quieres pasar? —pregunta ella, finalmente, sin saber exactamente por qué lo hace, pero sintiendo que es lo correcto.


La miro, tratando de descifrar lo que está pensando, pero en lugar de palabras, simplemente asiento. Subimos las escaleras, y cuando cruzamos la puerta de su departamento, siento que esta noche es el comienzo de algo nuevo, algo que ninguno de los dos esperaba.


Dentro de su departamento, nos quedamos en la sala, un silencio cómodo nos rodea, como si el peso del día finalmente se hubiera disipado. Nos sentamos juntos en el sofá, y la cercanía se siente natural, inevitable. Afuera, la ciudad sigue viva, pero aquí, en este rincón, el tiempo parece haberse detenido.


Ella apoya su cabeza en mi hombro, y mi mano, casi por instinto, recorre su espalda con suavidad. Nos quedamos así, sin necesidad de palabras, simplemente disfrutando del momento, de la quietud compartida. Poco a poco, las barreras que quedaban entre nosotros se desvanecen, y lo que sigue es un acercamiento sutil, donde cada gesto dice más de lo que nos atrevemos a pronunciar.


Las horas pasan, y lo que comienza como una conexión simple se convierte en algo más profundo, más íntimo, pero sin la presión de definirlo. Nos dejamos llevar por la calidez del otro, permitiendo que la noche nos guíe sin pensar demasiado en lo que vendrá después.


Ella se acurruca a mi lado, y cierro los ojos, sintiendo la tranquilidad que nos rodea. Mientras la madrugada avanza, me pregunto en silencio qué significará todo esto. Y nunca sabré si será algo serio, algo real, o simplemente algo momentáneo, que nuestras personalidades, nuestras soledades, pedían a gritos.




 

La canción de la historia:




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