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Bodas y Baches

Actualizado: 20 ago 2024


 
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Bodas y BachesHumberto Moheno


Una wedding planer y un taxista se enamoran


El sol apenas despuntaba sobre la Ciudad de México cuando Lucía, una organizadora de bodas de la alta sociedad, se encontraba de pie en la acera, mirando con frustración el espacio vacío donde debería estar su Audi. "¡No puede ser!", exclamó, repasando mentalmente el itinerario del día. Se había acordado que había programado el servicio de su coche y habían pasado por él. Tenía cinco reuniones con novias ansiosas, todas programadas para esa mañana, y su coche de lujo, que normalmente la llevaría a cada una de esas citas con estilo, había desaparecido.


No había tiempo para pensar en un plan alternativo elaborado. Lucía necesitaba moverse y rápido. Sacó su teléfono y, sin más opciones, pidió un taxi.


Unos minutos después, un taxi blanco y rosa anticuado pero bien cuidado, se detuvo frente a ella. El conductor bajó la ventana, y ella lo miró con escepticismo. No era el tipo de transporte que imaginaba para su jornada.


—¿Taxi? —preguntó el conductor con una sonrisa, revelando una fila de dientes perfectos que desentonaban con el viejo coche.


—Sí… —respondió Lucía, un tanto dubitativa mientras subía al asiento trasero. El conductor, joven y guapo, giró un poco en su asiento para mirarla mejor.


—¿A dónde vamos, güerita? —dijo con un tono jovial.


Lucía suspiró y le entregó una lista de direcciones. —Tengo varias reuniones. ¿Podemos ir cubriendo todo esto hoy?


El taxista tomó la lista y la miró, silbando. —Vaya, sí que tienes un día ocupado. Pero no te preocupes, yo te llevo a todos lados. Soy como tu Uber, pero con más sabor. Soy Beto, por cierto. —Guiñó un ojo mientras arrancaba el coche.


Lucía no pudo evitar sonreír un poco. —Soy Lucía. ¿Puedes llevarme a la primera dirección, por favor?


—Claro que sí, jefecita. Vamos a rodar.


La Novia Paranoica


El primer destino fue la casa de Mariana, una novia obsesionada con los detalles. Al llegar, Lucía notó la preocupación en el rostro de Mariana tan pronto como abrió la puerta.


—¡Lucía! —exclamó Mariana—. ¡El color de las flores no coincide con las servilletas! ¡Voy a morir!


Lucía le dedicó una sonrisa tranquilizadora, como lo había hecho con tantas novias antes. —Mariana, respira. Todo estará perfecto, te lo prometo.


Mientras Lucía calmaba a Mariana con la habilidad de una psicóloga experimentada, Beto, que esperaba en el taxi, escuchaba de reojo la conversación. Al verla regresar al taxi, con una expresión cansada, no pudo evitar hacer un comentario.


—¿Qué onda con la novia? ¿La paranoia viene incluida en el paquete o qué?

Lucía rió por primera vez en el día. —Algo así. Todas las novias tienen sus momentos de pánico.


Beto se rió también. —No lo dudo, pero no te preocupes, con tus habilidades de psicóloga, te puedes aventar un tiro como terapeuta, ¿eh? Aunque quién sabe, a lo mejor de tanto hablarles del amor, hasta tú te animas.


Lucía lo miró a través del retrovisor. —¿Qué estás insinuando?


—Nada, nada. Solo digo que, a veces, los que organizan las bodas terminan enamorándose del trabajo y se olvidan del amor. —Le lanzó una mirada juguetona.

Lucía frunció el ceño, pero no pudo evitar sonreír de nuevo.


La Novia Controladora


El siguiente destino fue la oficina de Paola, una novia con una obsesión por el control. Al entrar, Lucía fue recibida con una pila de papeles y diagramas.


—¡Lucía! Necesito que revises cada uno de estos detalles. ¡El catering, la música, la iluminación! Todo debe ser perfecto —ordenó Paola con una mirada de acero.


Lucía, manteniendo la calma, se sentó y comenzó a revisar los documentos, mientras Paola hablaba sin detenerse. Beto, que había dejado las ventanas del taxi abiertas, escuchaba con atención y no pudo evitar comentar cuando Lucía regresó.


—Oye, esa mujer necesita un apretón de tuercas, ¿no? Parece que no confía ni en su sombra. ¿También le vas a organizar la luna de miel o qué?


Lucía rió más fuerte esta vez. —Paola es… intensa, pero eso es lo que la hace eficiente.

Beto asintió. —¿Y el novio? ¿También es eficiente o nomás las métricas de la novia dicen que nel?


Lucía lo miró con sorpresa. —¿Cómo sabes que es así?


Ambos se rieron


La Novia Celosa


La siguiente parada fue en un elegante restaurante, donde Alejandra, una novia celosa hasta la médula, la esperaba.


—Lucía, te juro que vi a Daniel mirándole el escote a la mesera anoche. ¿Qué hago? —preguntó Alejandra con una expresión desesperada.


Lucía suspiró y le dio el mismo consejo que había dado innumerables veces. —Alejandra, es normal que la gente mire, lo importante es la confianza. No puedes estar vigilando a Daniel todo el tiempo.


Alejandra no parecía convencida, pero Lucía logró calmarla lo suficiente como para salir del restaurante sin más crisis. Cuando se subió al taxi, Beto ya tenía un comentario listo.


—Celosa la novia, ¿eh? —dijo, sin siquiera esperar una respuesta—. Seguro le tiene más miedo a que se le escape el compadre que a quedarse soltera.


Lucía se rió de nuevo. —No es tan fácil, Beto. El amor es complicado.


Beto asintió, con una sonrisa traviesa en los labios. —Sí, el amor es como el tráfico en el Eje Central, nunca sabes por dónde te va a llegar el trancazo.


Lucía no pudo evitar reírse con ganas. Beto estaba convirtiéndose en el mejor aliado de su día.


La Novia Desconfiada


La siguiente parada fue en un estudio de fotografía, donde Andrea, una novia desconfiada, la esperaba.


—Lucía, necesito que revises el contrato del fotógrafo. No me fio, seguro nos quiere cobrar de más —dijo Andrea, con los ojos entrecerrados en señal de sospecha.


Lucía, con la paciencia de un santo, revisó el contrato y le aseguró que todo estaba en orden. Mientras regresaba al taxi, pensó en las preocupaciones de todas las novias que había conocido. Cuando se subió al coche, Beto la miró con una sonrisa.


—¿Otra novia que ve fantasmas donde no los hay? —preguntó, sin poder evitar un tono divertido.


Lucía asintió, soltando un suspiro. —Sí, parece que todos están paranoicos hoy.


—Es que el amor, mi reina, es como manejar un taxi en la madrugada. A veces ves cosas que no están ahí, y terminas sacándote un susto por nada —comentó Beto con un guiño.


Lucía no pudo evitar pensar en lo acertado que era ese comentario. Beto, a su manera, parecía tener más sabiduría de la que ella le había dado crédito inicialmente.


La Novia Desesperada


La última parada fue en una boutique de vestidos de novia, donde Karen, una novia desesperada, estaba a punto de desmoronarse.


—Lucía, el vestido no es el que pedí. ¡Es un desastre! —gritó Karen, lágrimas rodando por sus mejillas.


Lucía, agotada pero imperturbable, se acercó a Karen y le aseguró que todo se arreglaría. Después de varias llamadas y unos ajustes rápidos, logró calmar a Karen y evitar una catástrofe. Cuando volvió al taxi, Beto la estaba esperando con una sonrisa.


—¿Otra vez salvando el día, Super-Lucía? —preguntó con una sonrisa pícara.


Lucía, que ya estaba más cansada que nunca, se dejó caer en el asiento. —Sí, pero a veces me pregunto si todo este estrés vale la pena.


Beto la miró a través del retrovisor. —Pues yo diría que sí. Digo, si no fuera por ti, esas bodas serían un desastre, y quién sabe, a lo mejor hasta tú encuentras el amor en alguna de esas.


Lucía levantó una ceja. —¿Eso crees?

Beto asintió con una sonrisa traviesa. —Claro que sí. ¿O qué, vas a organizar bodas para siempre y quedarte como la doña de los gatos?


Lucía rió, pero esta vez había algo más en su risa. Beto había tocado un nervio, uno que ella había tratado de ignorar durante mucho tiempo.



Mientras se dirigían de vuelta, el tráfico en la ciudad empeoró, y la paciencia de ambos comenzó a desgastarse. Beto, que había mantenido su buen humor todo el día, comenzó a mostrar señales de irritación.


—¡Maldita sea, este tráfico no se mueve ni tantito! —exclamó Beto, golpeando el volante con frustración.


Lucía, que ya estaba al límite, también explotó. —¡Esto es ridículo! No puedo creer que estemos atrapados aquí. ¡Voy a llegar tarde a todo!


Beto, sintiéndose atacado, se giró para mirarla. —Oye, no es mi culpa que esta ciudad sea un caos. Yo solo estoy haciendo mi trabajo.


Lucía, herida en su orgullo, respondió con más dureza de la que pretendía. —Pues parece que ni eso puedes hacer bien.


Un silencio incómodo cayó sobre ellos. Lucía se dio cuenta de inmediato de que había ido demasiado lejos. Beto se quedó callado, la mandíbula tensa, mientras el taxi seguía avanzando a paso de tortuga. Después de varios minutos de silencio, Lucía suspiró y rompió el hielo.


—Lo siento, Beto. No fue justo lo que dije. Estoy estresada, pero no debería desquitarme contigo.


Beto, sin dejar de mirar al frente, asintió. —No te preocupes, güerita. Todos tenemos días malos. Pero, la neta, ya vámonos calmando. Si no, acabas con más arrugas que las de la novia de hace rato.


Lucía soltó una risa nerviosa. —Sí, tienes razón. Perdón.


Beto sonrió, aliviado de que la tensión hubiera pasado. —¿Sabes? A veces los días son así, de la chingada. Pero también tienen sus momentos buenos. Y si no los tienes, pues te los buscas. —Le guiñó un ojo, relajando el ambiente.


Lucía lo miró de nuevo a través del retrovisor, y por primera vez, realmente vio a Beto. No solo era un taxista guapo y ocurrente, sino alguien con más profundidad de la que había imaginado. Alguien que, a su manera, la entendía.


Finalmente, después de un día largo y lleno de altibajos, Beto la dejó en la puerta de su casa. Lucía, agradecida por todo, sintió que no podía simplemente despedirse sin más.

—Beto, gracias por todo hoy. De verdad me salvaste —dijo con una sonrisa sincera.


—Para eso estamos, güerita. Ya sabes, cuando necesites un taxi, solo llama. —Beto le devolvió la sonrisa, pero había algo más en su mirada, algo que hizo que el corazón de Lucía latiera un poco más rápido.


Sin pensarlo dos veces, Lucía se inclinó hacia adelante y le plantó un beso en la mejilla, suave, pero lleno de significado.


—Cuídate, Beto —dijo antes de salir del taxi, dejando una tarjeta en el asiento trasero sin darse cuenta.


Beto se quedó en su asiento, sorprendido y un poco aturdido por el gesto. Cuando Lucía entró en su edificio, él miró hacia el asiento trasero y vio la tarjeta. La tomó, y una sonrisa se dibujó en su rostro al leer el nombre y el número de teléfono.


—Lucía… —murmuró para sí mismo mientras guardaba la tarjeta en su bolsillo.


Esa noche, después de un largo día de trabajo, Beto llegó a su pequeño apartamento. Se dejó caer en la cama y, con una sonrisa cansada pero satisfecha, sacó la tarjeta del bolsillo. La miró por un momento, sintiendo que algo en su interior había cambiado. Sabía que esta oportunidad no era como las demás, que no debía dejarla escapar.


Con el corazón latiendo con fuerza, decidió mandar un mensaje.


—"Cuando necesites otro día como el de hoy, ya sabes a quién llamar. —Beto."


Unos minutos después, su teléfono vibró con la respuesta de Lucía.


—"¿Mañana?"


Y el mañana, se multiplicó múltiples veces


 

Canción de la historia




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